Desafiar los límites establecidos nunca ha sido fácil, pero hoy por hoy parece algo ineludible en cualquier nación en desarrollo. Incluso aquellas que parecen tener muy claro hacia donde van, porque han sido tradicionalmente poderosas, se ven sujetas a ese constante cambio. El mundo no se frena por nada ni por nadie, y hay que adaptarse a ese ritmo si queremos entenderlo. La cultura que se nos ofrece desde los medios de comunicación de masas y grandes estamentos es la oficial, el molde en el que desean que encajemos para ser buenos ciudadanos. Pero no es la única forma de entender la cultura, mucho menos cuando está dejando fuera a tantas personas por el camino. Internet ha logrado expandir esa forma de pensar y actuar, pero a la vez, también ha dado alas a otros movimientos externos y contraculturales. Es un proceso curioso, sin lugar a dudas, que ya comenzó hace unas décadas, tras la Segunda Guerra Mundial.
La contracultura ha existido siempre, aunque jamás de una manera tan intensa y popular como en la segunda mitad del siglo XX. Cuando una cultura se volvía hegemónica, como lo era y lo sigue siendo la visión norteamericana en todo el mundo occidental, el proceso contracultural también debía estar a la altura. Hacerse más fuerte, más notorio, a través de medios alternativos. Ofrecer precisamente eso, una forma diferente de entender la cultura, la sociedad, el arte y las propias vivencias. La cultura hegemónica margina, por propia definición, al resto de culturas, más pequeñas y menos populares, pero igualmente válidas. Y aquellos que quedan fuera de esa gran cultura global, más presente hoy en día que nunca, deben buscar refugio en los pequeños resquicios culturales que les quedan. Así es como surge la cultura underground e independiente, con creadores que pueden llegar también a estar en la cultura hegemónica con el tiempo. Y es ahí donde la prostitución ha tenido eco, de una manera libre, abierta y sin prejuicios, para intentar desbancar esa imagen tan maltrecha que todavía sigue conservando. Después de la revolución sexual y de tantos cambios en torno al sexo, las prostitutas siguen siendo señaladas, y eso es algo que hay que cambiar.
Un negocio marginado
No descubrimos nada al lector cuando decimos que el negocio de la prostitución ha tenido siempre ese matiz peyorativo, de marginación. Hubo culturas, en el principio de las sociedades humanas, que no lo calificaban como tal, porque es cierto que este oficio es uno de los más antiguos del mundo. El sexo, en aquellos tiempos, estaba desligado de la moral. Pero la religión se interpuso en esa visión, recogió el mando de la moral y marcó lo que estaba bien y lo que estaba mal, a través de los pecados. El sexo por puro placer se convirtió en una aberración, en algo desagradable y sucio. Y aquellas mujeres que lo ofrecían pasaron a ser estigmatizadas de por vida, solo por su trabajo, solo por tratar de ofrecer servicios de calidad a hombres que lo deseasen. Miles de años más tarde, las cosas no han cambiado demasiado a este respecto.
Mujeres en busca de sus derechos
La visión sesgada y peyorativa de la prostitución no ha provocado que este trabajo desaparezca, muy a pesar de algunos. De hecho, aquellos que esgrimen ideas abolicionistas con respecto a la prostitución pasan por alto ese pequeño detalle. Allí donde este negocio está prohibido, incluso perseguido, también hay prostitutas. Deben esconderse, eso sí, y pasar más desapercibidas, pero siguen ofreciendo sus servicios, mientras haya clientes dispuestos a pagar. Lo que está claro es que todas esas leyes intimidatorias solo van en contra del eslabón más débil, que es la propia prostituta. Muchas de ellas, de hecho, trabajan en estos servicios como única alternativa para sobrevivir.
Es cierto que en torno a la prostitución sigue habiendo problemas muy graves, como la trata o la esclavitud sexual. Son delitos que deben ser perseguidos, precisamente para despejar el camino y darle mayor confianza a aquellas que de verdad quieran ser prostitutas por su cuenta. Porque las hay, y no son pocas precisamente. Mujeres que han desligado por completo el sexo de la moral y que entienden que están ofreciendo un servicio más, como cualquier otro trabajador. Sin embargo, no obtienen derechos por su trabajo. No poseen acceso a indemnizaciones, paro por cese de actividad o jubilación. Son fantasmas para el sistema, que prefiere mirar para otro lado, aun sabiendo que existen y que suelen tener problemas de riesgo de exclusión social.
El arte y la cultura como soporte
¿Cómo llegar entonces a mandar un mensaje a la misma sociedad que te está marginando? ¿Cómo conseguir llamar la atención sobre tu problema cuando todos apartan la vista al verte? A través de los siglos, las prostitutas han tenido que adaptarse a las diferentes épocas y medios que había en cada tiempo. La cultura las despojaba de sus más simples derechos, obviándolas, pero por fortuna, no todos los artistas eran así. Ya en el siglo XIX aparecieron diversos novelistas y pintores que, retando a la moral de la época, ubicaban a las meretrices como musas en sus cuadros y obras. Les daban un respeto que sin duda merecían y las trataban como mujeres, sencillamente.
En la época contracultural de los años 60, la prostitución quedó un poco más al margen de todo este cambio social. Es cierto que la liberación sexual les tocó de lleno, especialmente por la idea de separar el sexo de la reproducción y buscar solo el placer por el placer. Aquello atañe directamente a las prostitutas, que ofrecían este tipo de servicios, aunque también fueron duramente criticadas por vivir de ello al cobrar. El sexo no debería ser una mercancía, aseguraban muchos. Por fortuna, la prostitución ha seguido teniendo un papel importante en la contracultura de las décadas más recientes. A través de fanzines, películas de bajo presupuesto y obras de teatro underground, muchos autores han puesto el foco en estas mujeres, que deben sobrevivir día a día siendo juzgadas por su trabajo.
Una nueva imagen para la prostitución
La prostitución es un caladero inmenso para esos autores en busca de desenterrar realidades crudas y mostrar la cara más oscura de esta sociedad. La misma que deja apartadas a muchas mujeres solo por llevar a cabo un trabajo al que en muchas ocasiones se ven empujadas, de hecho. La dicotomía entre la necesidad y el placer se denota en muchas de estas obras, que tratan de ofrecer una imagen realista de la prostitución, sin caer en edulcorantes, pero tampoco en sesgos. Libres de prejuicios, se busca crear una imagen renovada y plural de las prostitutas para explicar de dónde vienen, cómo han llegado hasta ahí, y hacia donde van a través de sus servicios. En ocasiones se consigue de una forma mucho más certera, y en otras simplemente se queda en un vano intento. Sacar de la marginalidad a estas mujeres, no es sencillo porque para ellas, a veces, es todo lo que conocen. Pero si alguien puede hacerlo es el artista contracultural, el que no se vende a los mecanismos habituales de la industria, para hablar de lo que quiere y cómo quiere.